Así fue la caza del ‘carnicero’ de Auschwitz

22/Oct/2014

El Mundo, España, Ángel Vivas

Así fue la caza del ‘carnicero’ de Auschwitz

La lucha contra el
nazismo tuvo un estrambote que, en realidad, llega hasta nuestros días y sólo
acabará cuando muera el último de aquellos asesinos que tuvieron su hora
estelar en la primera mitad de los años 40 del siglo XX. Ese capítulo (la
persecución -la caza- de los asesinos) sigue dando noticias de actualidad,
cuando reaparece alguno de ellos, o revelaciones a partir del trabajo de los
estudiosos. Este último es el caso del periodista Thomas Harding, que se ha
ocupado de uno de los episodios más extraordinarios (por las circunstancias y
por la personalidad del criminal) de persecución de jerarcas nazis, y lo ha
contado en su libro ‘Hanns y Rudolf (El judío alemán y la caza del Kommandant
de Auschwitz)’ que acaba de editar Galaxia Gutenberg.
Los nombres del título
corresponden a Hanns Alexander, judío alemán que sufrió los efectos del
nazismo, y tío abuelo del autor, y Rudolf Höss (no confundir con Hess, el de
Spandau), jefe de Auschwitz y responsable por ello del exterminio de (¿dos?
¿tres?) millones de judíos. Harding ha contado esa historia siguiendo la
trayectoria de cada uno por su lado hasta que ambas confluyen, y presentando su
lado personal y humano, de ahí lo de referirse a ellos por el nombre de pila.
Esa familiaridad con los
protagonistas (que en un caso es estricta, ya que hay una relación de
parentesco), debida al deseo del autor de mostrarlos desde sus respectivos
puntos de vista, y por tanto de un modo más cercano, ha provocado las
previsibles reticencias. “Pero ya empezamos a mostrar a los nazis desde una
perspectiva humana“, replica Harding. “En el Archivo del Holocausto de
Washington se están recibiendo objetos suyos, y en el propio Auschwitz se
plantean también incluirlos. Quizá eso nos ayude a entender cómo fue posible
que hicieran lo que hicieron”.
“Al principio», añade el
escritor, “tenía claro que Hans es el héroe y Höss es como un malo de cómic.
Pero comprendí que, para dar una perspectiva humana, tenía que ver a Höss como
Rudolf. Y para eso tenía que saber más sobre él y cómo había sido en familia.
Vi que los dos son hombres complejos, que Hanns no se toma la vida muy en serio
hasta que se topa con el horror de Auschwitz, y que Rudolf tiene una infancia
poco alegre. Puedes incluso llegar a sentir empatía por ese Rudolf niño, pero
jamás están al mismo nivel, pese a las sombras que pueda haber en la actuación
de Hanns”. Entre esas sombras está la posible ejecución sin juicio -o sea,
asesinato-, encubierta como suicidio, de otro nazi cazado poco antes que el
Kommandant.
Ni están al mismo nivel
ni hay nada parecido a una disculpa para el asesino, ya que, según Harding,
“Höss no era un autómata, sino alguien que toma decisiones, que supervisa a
diario la actividad del campo y sabe perfectamente lo que ocurre; sabe que está
mal lo que hace, pero suprime su respuesta emocional a esos hechos; tenía
absoluto control sobre sus actos”.
En ese rastreo del pasado
de Rudolf Höss, hay, inevitablemente, una indagación en los orígenes del
nazismo. Y el autor confirma que Höss, como el propio Hitler, fue un
desarraigado que encontró lo más parecido a una familia entre sus camaradas de
armas. Y en la investigación sobre la vida privada del asesino, nos topamos con
el curioso personaje de su mujer, Hedwig, a la que algunos prisioneros,
empleados en el chalet familiar anexo al campo, llamaban el ‘Ángel de
Auschwitz’; o con el hecho de que otro llegó a hacer un avión de madera para
uno de los hijos.
“Hay que tener en
cuenta”, explica Harding la aparente incongruencia, “que fueron muy pocos los
prisioneros que entraron en contacto con la familia, y éstos eran escogidos;
eran más prisioneros políticos que judíos. El caso de cuatro o seis no cuenta
frente a los horrores sufridos por cientos de miles. Y ese ‘Ángel de Auschwitz’
era la misma mujer que se quiso quedar con un chalet que le gustaba, sabiendo
lo que ocurría al lado. La mujer de Höss creía firmemente en los ideales
nazis“.
Por cierto, que fue
Hedwig la que acabó cantando el paradero de su siniestro marido, escondido con
falsa identidad tras la derrota militar del nazismo. Lo hizo ante la
convincente amenaza de Hanns de que se llevarían a su hijo mayor a Siberia y no
volvería a verlo. Unas horas después, Rudolf Höss tenía metida en la boca la
pistola de Hanns Alexander. Faltaba comprobar su verdadera identidad; lo que se
logró cuando se pudieron ver los nombres -Rudolf y Hedwig- que había grabados
en su anillo de bodas, y que Höss sólo accedió a quitarse ante otra amenaza de
Hanns, la de cortarle el dedo, que profirió con el correspondiente cuchillo en
la mano.
Antes de llevársele
detenido, la veintena larga de soldados que acompañaban a Hanns, bastantes de
ellos judíos, propinaron al Kommandant una paliza que tuvo que detener el
médico del grupo ante el peligro de que no saliera vivo. Y antes de ser
entregado a las autoridades británicas, Rudolf sufrió un interrogatorio en el
que conoció los efectos de su propio látigo, manejado por Hanns. Nadie dijo que
ésta fuera una historia edificante.